Tras ver como una ingente cantidad de personas participan de manera solidaria en el "Reto del Cubo de Agua", quería exponer una serie de razones por las cuales me parece una auténtica gilipollez la forma que está cogiendo todo esto.
Como no me apetece escribir mucho, he grabado una audio, que a continuación os adjunto, explicando de una manera lo más razonada posible lo que pienso. Lo he grabado sin guión, deprisa y corriendo, así que notaréis que me cuesta un poco expresarme, pero bueno, espero que lo entendáis.
No quiero generalizar, y lo apunto ahora porque no quiero ver comentarios tipo "Eh! eres un demagógico, etc etc" o "que yo doné..", que me los veo venir. Aunque en realidad me da igual, pero bueno, os quiero ahorrar el comentario.
Ni he sido nominado, ni voy a nominar a tres personas. Considero que esto es algo serio y que mucha gente se lo toma a cachondeo. Yo nomino a todas aquellas personas que quieran donar, os invito a hacerlo. A las que simplemente se quieran tirar un cubo de agua helada, pues que lo hagan, pero que no vayan de solidarios.
Reaccionó así porque me toca mucho los cojones. Os dejo con el audio.
Os dejo con el enlace para donar
sábado, 30 de agosto de 2014
miércoles, 25 de septiembre de 2013
Materialismo
La materialidad es algo inherente en nuestra sociedad. Todo
el mundo se pelea por conseguir aquello que otros no tienen, sólo para intentar
destacar por encima del resto. La sociedad valora más a alguien que posee gran
cantidad de objetos materiales, de todo tipo, da igual como sean, debido a que
representa a alguien afortunado en la vida, según dicen. El mundo continúa en
la línea del “querer más”, olvidando muchas cosas por el camino.
“El dinero no da la felicidad”
Esta frase es muy usada por aquellos valientes que se atreven a alzar la voz contra el sistema materialista, o simplemente porque ellos no pueden alcanzar lo que otros ya tienen. Pura envidia digamos.
Nadie se puede escapar de las garras del materialismo, o eso
dicen, pero yo aún confío. Mientras tanto, las grandes compañías nos machacan con
ideas consumistas, incluso disfrazan días, a través de tradiciones populares,
para este fin.
Lo realmente importante en la vida…
Aquí terminaba aquel papel que encontré en el suelo hace
unos años. Cada día me paro a pensar, con la música del iPod sonando, la
pantalla del ordenador encendida y un asiento cómodo, gracias al cual pasaba
largas noches en vela, intentando completar lo que en el papel faltaba. No lo
conseguía, no podía. Cogía el bolígrafo una y otra vez, con la esperanza de que
las palabras se escribieran solas, pero era imposible. Ni siquiera cambiando de
canción por una más melancólica, que permita que mi mente se abra a nuevos
horizonte y así poder terminar lo que otro había empezado.
Un buen día de otoño, me dispuse, como cada noche, a
intentar escribir algo en esa carta incompleta, pero se fue la luz en mi casa y
el iPod estaba descargado. Entonces se me ocurrió dar un paseo por la playa,
que apenas se situaba a unos metros de la puerta de mi casa. El sol se estaba
ocultando por el horizonte lejano y las hojas caídas de los árboles, hacían acto
de presencia por aquel camino que terminaba en la arena.
Me quité las zapatillas y comencé a andar descalzo por la
arena fría de la playa. Rocas al margen izquierdo, servían de frontera con
aquel mundo anclado en la soledad del interior de una casa. El viento
acariciaba cada milímetro de mi piel. Todo estaba tranquilo.
Al fondo de mi camino, se situaba un gran acantilado que
impedía la continuación de mi paseo. Entonces me detuve. En lo alto de este
acantilado, descubrí lo que parecía ser un banco, así que decidí llegar hasta
él.
Cuando estaba arriba, las vistas eran impresionantes. Ojalá
pudiera describir lo que vi ese día, pero mis palabras en absoluto le harían
justicia. No tardé mucho tiempo en sentarme. El sonido del mar entraba en mis oídos,
como si fuera Stop Crying Your Heart Out de
Oasis.
Me quedé mirando al horizonte, aquel por el cual el sol se
ocultaba, con el reflejo de la luz de éste en el gran océano, el viento rozando
mi cara y el sonido de la verdadera tranquilidad.
A mí mismo me dije “Esto no tiene precio”, entonces me
levanté de mi asiento y busqué un sitio donde apoyar la hoja que me acompañaba
desde hacía años, guardada en el bolsillo de mi chaqueta, perfectamente
doblada, para terminar de escribir lo que otro había empezado.
Me vinieron a la mente un montón de ideas, que conseguí
plasmar de la mejor manera posible en la hoja. No soy un escritor consagrado,
tan solo soy alguien que forma palabras con la unión de las letras.
Entonces llegó el momento de completar aquella frase que
decía “Lo realmente importante en la vida…”, así que puse lo siguiente:
“Nada importa, si todo
lo que has hecho, no te ha servido para conseguir lo realmente importante en la
vida. Aquello que no se puede comprar y no se puede poseer. Aquello por lo que
muchas personas pelean. Aquello que todo el mundo busca.
Ser felices es el
verdadero objetivo, por ello, cada instante que malgastamos en objetos banales,
lo desperdiciamos en serlo.
No regales el mejor
collar a la persona que más te importa. Regala los mejores momentos contigo,
aquellos donde los dos sois felices”
A partir de aquel día, siempre camino descalzo por la playa,
para lograr llegar hasta la cima de ese acantilado. Donde el paisaje me regala unas vistas inimaginables, que no se pueden comprar, pero que me hacen sentir la persona mas feliz del mundo.
Diario de una noche cualquiera
Hace tiempo que no escribo. He vivido apartado de este mundo, el mundo por el
cual, dejo caer lo que pienso. Plasmarlo en una hoja de papel se me hace difícil,
ya que las manos se han amoldado a mi teclado, el bolígrafo se resbala y la
tinta azulada, circula como un torrente cuando cae lluvia fuerte. Todos estos
meses, he estado pensando en la cantidad de cosas que podría haber hecho y no
hice. Poniendo el grito en el cielo, por las cosas que hice y no debía de
hacer. Arrepintiéndome cada segundo, de no haber dejado todo atrás y pasar
página.
La noche es larga, oscura y tenebrosa. Gracias a ello,
consigo concentrarme en escribir estas líneas. Necesito de ese tiempo valioso,
de oro, que te da la luz del escritorio, para poder sentir lo que
verdaderamente siento. El sonido de la música retumba en mis oídos, como el
rugir de un león, pero, de nuevo, gracias a ello, consigo concentrarme. Pero mi manera de pensar cambia radicalmente en unos instantes. Quizás sea yo el loco, y no todo esa gente que me mira por la calle.
Con la llegada del frío, todas las sensaciones que inundaban
mi persona, son ahora visibles, si, visibles, ya que aquellas, ahora las
escribo.
Cierro los ojos, y me imagino deambulando por una calle, en
la que la única luz, es la que proviene de las farolas de aceite que están
situadas a los lados de la acera adoquinada. Nadie me acompaña, pero eso no
hace detenerme. Es mas, avanzo más deprisa. Quizás sea por el miedo a lo que
dejo atrás, o porque quiero seguir avanzando hacia mi destino.
Me pregunto “¿Qué es el destino?”. El destino, no es
cruzarse de brazos y apoyarte en la idea de que todo vendrá tarde o temprano.
Yo soy de los que piensan, que el destino cambia con nuestros actos, por lo
tanto lo que hacemos, no está supeditado a un guion preestablecido, anónimo y
sin la más pizca del sentimiento de cada momento, de su contexto. Aun así, sigo llamándolo
destino, porque todo lo que hacemos tiene un final, es decir, no hay un único
destino, sino que hay muchos hacia donde poder llegar. Me entristezco de la
gente, que basa lo que hace, en simples especulaciones sobre lo qué va a ser tu
vida. Se conforman con lo que tienen, porque no son capaces de dar otro salto.
Ellos dicen “Es lo que me toca”, sin pararse a pensar en lo que le ha llevado a
esa conclusión.
Vidas vacías, como la mía, parcialmente rellenadas por
tintes de esperanza, amor, felicidad y suaves reflejos de narcisismo alocado.
Todo el mundo que ha pasado gran parte de su vida solos, argumentan que se está mejor en esta condición, sin haber probado
las mieles de una compañía que te haga despertar cada mañana, evitando aporrear
al pobre despertador, con una sonrisa inimaginable para alguien a quien tan
sólo un sonido molesto le es familiar cada mañana.
Por eso no me gusta cerrar los ojos por las noches, porque no
me quiero imaginar estar deambulando por una calle tenuemente iluminada, sin
ninguna compañía, avanzando deprisa, como si alguien me estuviera persiguiendo
y perdiéndome la cantidad de detalles que dejo atrás por estar corriendo.
Aun así, llega un día en el cual no puedo evitar cerrarlos,
y deseo que alguien me pare en mitad de mi carrera, me acompañe hasta el final
de la calle y me haga entender que destino solo hay uno, pero que cada uno
elige la manera por la cual llegar hasta él.
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