La materialidad es algo inherente en nuestra sociedad. Todo
el mundo se pelea por conseguir aquello que otros no tienen, sólo para intentar
destacar por encima del resto. La sociedad valora más a alguien que posee gran
cantidad de objetos materiales, de todo tipo, da igual como sean, debido a que
representa a alguien afortunado en la vida, según dicen. El mundo continúa en
la línea del “querer más”, olvidando muchas cosas por el camino.
“El dinero no da la felicidad”
Esta frase es muy usada por aquellos valientes que se atreven a alzar la voz contra el sistema materialista, o simplemente porque ellos no pueden alcanzar lo que otros ya tienen. Pura envidia digamos.
Nadie se puede escapar de las garras del materialismo, o eso
dicen, pero yo aún confío. Mientras tanto, las grandes compañías nos machacan con
ideas consumistas, incluso disfrazan días, a través de tradiciones populares,
para este fin.
Lo realmente importante en la vida…
Aquí terminaba aquel papel que encontré en el suelo hace
unos años. Cada día me paro a pensar, con la música del iPod sonando, la
pantalla del ordenador encendida y un asiento cómodo, gracias al cual pasaba
largas noches en vela, intentando completar lo que en el papel faltaba. No lo
conseguía, no podía. Cogía el bolígrafo una y otra vez, con la esperanza de que
las palabras se escribieran solas, pero era imposible. Ni siquiera cambiando de
canción por una más melancólica, que permita que mi mente se abra a nuevos
horizonte y así poder terminar lo que otro había empezado.
Un buen día de otoño, me dispuse, como cada noche, a
intentar escribir algo en esa carta incompleta, pero se fue la luz en mi casa y
el iPod estaba descargado. Entonces se me ocurrió dar un paseo por la playa,
que apenas se situaba a unos metros de la puerta de mi casa. El sol se estaba
ocultando por el horizonte lejano y las hojas caídas de los árboles, hacían acto
de presencia por aquel camino que terminaba en la arena.
Me quité las zapatillas y comencé a andar descalzo por la
arena fría de la playa. Rocas al margen izquierdo, servían de frontera con
aquel mundo anclado en la soledad del interior de una casa. El viento
acariciaba cada milímetro de mi piel. Todo estaba tranquilo.
Al fondo de mi camino, se situaba un gran acantilado que
impedía la continuación de mi paseo. Entonces me detuve. En lo alto de este
acantilado, descubrí lo que parecía ser un banco, así que decidí llegar hasta
él.
Cuando estaba arriba, las vistas eran impresionantes. Ojalá
pudiera describir lo que vi ese día, pero mis palabras en absoluto le harían
justicia. No tardé mucho tiempo en sentarme. El sonido del mar entraba en mis oídos,
como si fuera Stop Crying Your Heart Out de
Oasis.
Me quedé mirando al horizonte, aquel por el cual el sol se
ocultaba, con el reflejo de la luz de éste en el gran océano, el viento rozando
mi cara y el sonido de la verdadera tranquilidad.
A mí mismo me dije “Esto no tiene precio”, entonces me
levanté de mi asiento y busqué un sitio donde apoyar la hoja que me acompañaba
desde hacía años, guardada en el bolsillo de mi chaqueta, perfectamente
doblada, para terminar de escribir lo que otro había empezado.
Me vinieron a la mente un montón de ideas, que conseguí
plasmar de la mejor manera posible en la hoja. No soy un escritor consagrado,
tan solo soy alguien que forma palabras con la unión de las letras.
Entonces llegó el momento de completar aquella frase que
decía “Lo realmente importante en la vida…”, así que puse lo siguiente:
“Nada importa, si todo
lo que has hecho, no te ha servido para conseguir lo realmente importante en la
vida. Aquello que no se puede comprar y no se puede poseer. Aquello por lo que
muchas personas pelean. Aquello que todo el mundo busca.
Ser felices es el
verdadero objetivo, por ello, cada instante que malgastamos en objetos banales,
lo desperdiciamos en serlo.
No regales el mejor
collar a la persona que más te importa. Regala los mejores momentos contigo,
aquellos donde los dos sois felices”
A partir de aquel día, siempre camino descalzo por la playa,
para lograr llegar hasta la cima de ese acantilado. Donde el paisaje me regala unas vistas inimaginables, que no se pueden comprar, pero que me hacen sentir la persona mas feliz del mundo.